Empezamos con el naming. Buscábamos un nombre con actitud que reflejara todos los valores del producto en una única palabra. Aunque es un producto que se distribuye a nivel internacional, quisimos vincularlo al origen por lo que se decidió que fuera en español.
La Soberbia es un pecado capital, un sentimiento de superioridad frente a los demás. Pero también es orgullo, autoafirmación y reivindicación de lo que uno es. En ciertas ramas de la filosofía es sinónimo de óptimo o de bello, una virtud elevada propia de hombres superiores lo que conduce a una honestidad absoluta consigo mismo. Con todas estas connotaciones, parecía claro que el mejor nombre para el proyecto tenía que ser Soberbia.
Un nombre con tanta potencia y personalidad debía ser plasmado correctamente para poder transmitir todo lo que hay asociado a él. Por este motivo se optó por diseñar la marca con pluma y tinta, mostrando así todos los matices y las perfectas imperfecciones de la caligrafía manual.
El packaging tampoco podía ser menos. Queríamos mostrar la importancia de cada elemento e ingrediente y crear, además, toda una experiencia. El consumidor recibe Soberbia en un estuche de cartón forrado con un papel ultrablack e impreso con stamping oro rosa.
Al abrir el estuche, lo primero que puede apreciarse es un pequeño atlas de los ingredientes que forman el producto. En él se cuenta la historia de cada uno de ellos, ya que todos tienen un origen y propiedades muy específicas. El hecho de combinar en un mismo cosmético productos muy buscados por su calidad y sus propiedades era algo que no podía pasar desapercibido. Este atlas es un libro de tapa dura con las guardas impresas con el mismo perfume que contiene la crema, creado por el perfumista Ramón Béjar, lo que le lleva una y otra vez a revivir el ritual de belleza.
Al extraer el libro se descubre el cosmético, una crema de 30 ml presentada en un envase de madera de bubinga, un material africano que normalmente se utiliza para construir violines, baterías y arpas por sus cualidades acústicas. Unas placas metálicas e imantadas mantienen cerrado el envase, reforzado con un sello de lacre que evita la contaminación del producto. Se identifica con un grabado al fuego y unas placas de oro rosa.
Al lado del cosmético aparecen el resto de elementos: un pasaporte numerado manualmente que indica la autenticidad y el destino y actúa como garantía del producto, impreso en papel ultrablack con stamping; un certificado de cada ingrediente donde se indica el origen, la fecha, y las propiedades de cada uno, impreso en cuatricromía y stamping; y una espátula blanca de cerámica que permite aplicar el producto.